Uno de los episodios de mayor potencial simbólico de la historia de Europa en el siglo XX es la exclusión de que fue objeto el escritor rumano Mihail Sebastian, en realidad llamado Iosef M. Hechter. Sebastian fue un judío rumano (¿o rumano judío? ¿o rumano y, por añadidura, judío?) perteneciente al círculo de Nae Ionescu, filósofo y escritor del Bucarest de entreguerras, al igual que lo fueron Mircea Eliade, Cioran o Eugen Ionesco, por mencionar a algunos que se exiliaron y triunfaron en el resto del mundo. Hoy en día son iconos de la cultura rumana. En aquel momento, los dos primeros, guiados por Ionescu, escoraron hacia el fascismo de inspiración nazi: la efervescencia de la época -y Bucarest era un centro cultural fascinante entonces- y una admiración sin reservas por lo alemán, lo permitieron. La Legión-Guardia de Hierro llegó a ser el tercer movimiento fascista en Europa en cuanto a base de masas. La diferencia entre Sebastian y los demás estribó en que, aunque no practicara, aunque no creyera, aunque se sintiera tan rumano como el que más, era judío.
Sebastian pidió a su maestro que prologara Desde hace dos mil años, una colección de ensayos sobre el judaísmo en Rumanía, pero desde el momento en que se lo pidió hasta que se publicó la obra, el maestro se convirtió en fascista. Sebastian aceptó, no se sabe por qué, el prólogo en que el maestro aseguraba que un rumano era cristiano y que un judío no dejaría nunca de ser judío, ergo…
Fue objeto de durísimas críticas tanto por parte de los judíos, por aceptar aquel prólogo y por su actitud “integradora” como por parte de sus ex - amigos. La frialdad de éstos tras el episodio fue manifiesta y al poco Sebastian respondió con un pequeño ensayo titulado Cómo me convertí en un húligan.
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Como explica Antonio Tabucchi en un artículo sobre El regreso del húligan en Letras Libres
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El título de la autobiografía de Manea es una referencia al opúsculo de Sebastian. Como él, Manea se siente un húligan, un desertor, frente a los judíos, por no ser creyente, frente a los rumanos por ser judío, en parte, frente a los comunistas, frente a… siempre en frente, siempre fuera: un húligan.
Sin embargo, El regreso del húligan no es la autobiografía de un justiciero. Aunque el revuelo que provocó un ensayo suyo sobre Mircea Eliade (en la recopilación Payasos / El dictador y el artista) sobre la época de éste como legionario de la Guardia de Hierro, aún no se ha sofocado del todo veinte años después (supuso el ataque a un icono cultural del país), en esta obra Manea hace un viaje a lo largo o, más bien, hacia la profundidad de su vida, en el que explora tanto sus propios traumas y temores, como los de su ¿etnia? judía y los de su país, Rumanía. Recuerda lo que existía antes de nacer:
“Cuando el sabio chino de hace siglos me pregunta, como a tantos otros de sus lectores, qué aspecto tenía antes de que mi padre y mi madre se hubiesen conocido, evoco el camino entre dos localidades vecinas del noreste de Rumanía a mediados de los años 30”.
Su vida consciente parte del momento en que llega, en un camión, de vuelta del campo de concentración en el que había sido internado durante años junto a sus padres. Los hechos históricos se suceden, los hechos amorosos, las dudas, las exaltaciones y retiradas, se suceden, aunque él no las recuerda en orden. Más bien se permite errar por sus recuerdos según le lleve su humor, según las asociaciones del día. El fantasma de su madre se le aparece… Manea es un joven entusiasta, un actor entregado en el espectáculo rojo en sus inicios, un refugiado interior (ingeniero sin vocación, para más datos) durante muchos años y, finalmente, un escritor que se debate entre abandonar su país (su lengua, su única patria: el rumano) o permanecer en él mientras el incendio se extiende.
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Su análisis es distante y lúcido, aunque las preguntas son muchas en lo que respecta a él mismo. ¿Por qué esperó tanto para exiliarse? El autor habla en muchas ocasiones de “el escaqueo”, táctica a la que, claramente, no recurrió sólo él durante los largos años del comunismo, pero no se siente en absoluto orgulloso. ¿Por qué? ¿Por qué tanta duda? La relación con sus padres siempre presente, como una marca de la que no pudiera librarse, como la marca del pueblo elegido, monopolizador del sufrimiento. Y el exilio. El exilio interior y el exilio exterior.
Numerosos episodios emotivos, como la visita a su padre, quien
“como toda la gente del montón, entre la cual se reconocía sin orgullo, evitaba la patología de las intrigas. Sólo encontraba su dignidad en el anonimato de la existencia tradicional, limitada al sentido común y a la decencia, una categoría de inocentes no muy favorecida por los cronistas…”
Esta autobiografía es, como las mejores, una conversación inteligente con la Historia, en la que una mente con miles de recuerdos y traumas, interroga. Tras una tarde lluviosa, poco antes de aceptar este viaje a Bucarest que lo aterrorizaba y que enfrentaba como una prueba de fuego, estuvo hablando, sin saber cómo, sobre su vida. Hablo largamente…
“Sin saber cómo ni cuándo (¿quién podría decirlo), el naúfrago se vio hablando de Transnistria, de la Iniciación, de la guerra y de maría, la joven campesina decidida a unirse a los judíos condenados a la muerte. Luego habló del diluvio posterior al diluvio, del comunismo bizantino y sus ambigüedades. Seguidamente, del exilio y sus ambigüedades.”
Al día siguiente recibió una carta de uno de los presentes, un editor:
“… SU HISTORIA. Fascinante, no porque sea suya, sino porque usted vivió, pensó y actuó en el centro del peor momento de la historia”.
(c) la librería de bolsillo
Bibliografía:
http://www.romaniaculturala.ro/images/articole/16%20color.pdf
http://www.elsiglodeuropa.es/siglo/historico/2008/798/798cultura.html
http://www.clarin.com/suplementos/cultura/2007/06/23/u-04611.htm
http://www.casadelest.org/foro/post.asp?method=ReplyQuote&REPLY_ID=2269&TOPIC_ID=927&FORUM_ID=10
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