domingo, 19 de julio de 2009

La chica de seda artificial. Irmgard Keun

La chica de seda artificial, segunda novela de Irmgard Keun, se publicó en Berlín en el año 32, cuando Irmgard Keun tenía 27 años, y fue un gran éxito. De dicho éxito es posible deducir, por ejemplo, que el Berlín que retrata Keun no es muy diferente de algunas versiones o facetas del Berlín real. Y como es necesario que una obra hable el lenguaje de una época –sobre todo cuando se trata de una obra tan innovadora como La chica de seda artificial- para que tenga éxito, podemos, dado lo cercano y moderno de su sensibilidad, descubrir, una vez más, redescubrir again, que la II Guerra Mundial fue hace un parpadeo, entre personas que no se diferenciaban nada de nosotros mismos.

Aceptando que haya tenido que ver en parte el picante de una obra que trataba cuestiones sexuales con gran libertad –sin ser, en modo alguno, una novela erótica o una novela sobre sexualidad-, sigue siendo necesaria una coincidencia de sensibilidades para un éxito así. La chica de seda artificial podría haber sido escrito hoy en día. Conclusión: fue hace nada, que fue ayer mismo como quien dice, cuando un pueblo se unió para librarse de otro, así como si fuera una plaga. La guerra creció y creció hasta que participó casi todo el mundo y millones murieron.


Doris, la protagonista y narradora, es una chica que quería distanciarse de su realidad no para huir sino, al contrario, para verla como si se tratara de una película. Qué intuición tan acertada: un escritor escribe para ver la vida como si se tratara de una película - marco, escenas, conflicto, final, sentido-. Doris está convencida de que su vida es maravillosa y sabe que, contada, ganará. Su vida merecerá ser obra. Distanciarse de la vida para observarla, para escribirla, la convierte en obra: no busca ella hacerla manejable y comprensible sino conservar su belleza. Tanto la suya –por eso se describe a sí misma, su belleza- como la de Berlín, el excitante Berlín de la República de Weimar.

“Pienso que es bueno escribirlo todo, porque soy extraordinaria. No me refiero a un diario, eso es ridículo para una chica de dieciocho años y además de mi nivel. Pero deseo escribir como si todo fuera una película porque mi vida es eso y lo será todavía más. Además me parezco a Colleen Moore si ella se hiciera la permanente y tuviese la nariz más chic y un poquito respingona. Más tarde, cuando lo lea, todo será como en el cine, me veré en imágenes. Ahora estoy en mi cuarto en camisón, que se ha deslizado desde mis célebres hombros, y todo es de primera, aunque mi pierna izquierda es un poco más gruesa que la derecha. Sin embargo, apenas se nota. Hace mucho frío, pero en camisón estoy mejor, de lo contrario me pondría el abrigo.”

La chica de seda artificial, segunda novela de Irmgard Keun, se publicó en Berlín en el año 32, cuando Irmgard Keun tenía 27 años, y fue un gran éxito. De dicho éxito es posible deducir, por ejemplo, que el Berlín que retrata Keun no es muy diferente de algunas versiones o facetas del Berlín real. Y como es necesario que una obra hable el lenguaje de una época –sobre todo cuando se trata de una obra tan innovadora como La chica de seda artificial- para que tenga éxito, podemos, dado lo cercano y moderno de su sensibilidad, descubrir, una vez más, redescubrir again, que la II Guerra Mundial fue hace un parpadeo, entre personas que no se diferenciaban nada de nosotros mismos.

Aceptando que haya tenido que ver en parte el picante de una obra que trataba cuestiones sexuales con gran libertad –sin ser, en modo alguno, una novela erótica o una novela sobre sexualidad-, sigue siendo necesaria una coincidencia de sensibilidades para un éxito así. La chica de seda artificial podría haber sido escrito hoy en día. Conclusión: fue hace nada, que fue ayer mismo como quien dice, cuando un pueblo se unió para librarse de otro, así como si fuera una plaga. La guerra creció y creció hasta que participó casi todo el mundo y millones murieron.
Doris, la protagonista y narradora, es una chica que quería distanciarse de su realidad no para huir sino, al contrario, para verla como si se tratara de una película. Qué intuición tan acertada: un escritor escribe para ver la vida como si se tratara de una película - marco, escenas, conflicto, final, sentido-. Doris está convencida de que su vida es maravillosa y sabe que, contada, ganará. Su vida merecerá ser obra. Distanciarse de la vida para observarla, para escribirla, la convierte en obra: no busca ella hacerla manejable y comprensible sino conservar su belleza. Tanto la suya –por eso se describe a sí misma, su belleza- como la de Berlín, el excitante Berlín de la República de Weimar.

retrato
“Pienso que es bueno escribirlo todo, porque soy extraordinaria. No me refiero a un diario, eso es ridículo para una chica de dieciocho años y además de mi nivel. Pero deseo escribir como si todo fuera una película porque mi vida es eso y lo será todavía más. Además me parezco a Colleen Moore si ella se hiciera la permanente y tuviese la nariz más chic y un poquito respingona. Más tarde, cuando lo lea, todo será como en el cine, me veré en imágenes. Ahora estoy en mi cuarto en camisón, que se ha deslizado desde mis célebres hombros, y todo es de primera, aunque mi pierna izquierda es un poco más gruesa que la derecha. Sin embargo, apenas se nota. Hace mucho frío, pero en camisón estoy mejor, de lo contrario me pondría el abrigo.”

Doris es una chica del pueblo que no sabe poner comas y cuya cultura se reduce al cine. Su objetivo en la vida es convertirse en una actriz famosa, tener boas de plumas y que todo el mundo se dé cuenta de lo fantástica que es. Su objetivo en la vida está al alcance de su mano. Sólo que las cosas no salen como ella espera. Aquí es donde la novela picaresca entra en juego. En la novela picaresca, al menos en la novela picaresca por antonomasia, Lázaro cuenta una historia y el lector lee otra historia. El protagonista, ingenuo, se cree listo y, pobre diablo, se cree triunfador. El lector se da cuenta rápidamente de la clave de lectura, la que permite interpretar la obra correctamente. Si se leyera en un sentido literal perdería todo interés. Así, Doris puede hacernos creer por un rato que va a triunfar en algo, con esa inteligencia chispeante y esa belleza que le han caído en gracia, pero no pasa mucho tiempo hasta que nos damos cuenta de que no le salen las cosas bien, a pesar de su optimismo invencible. También puede hacernos creer durante algunas páginas que es una chica superficial y sin principios. Se mueve en terrenos cercanos a la prostitución –la historia más vieja del mundo: una chica acaba aceptando lo que el mundo le repite, una y otra vez, que es normal, que es su destino, que es la salida más fácil, que es el camino más seguro al estrellato; y vemos que es cierto, que la única diferencia entre el estrellato y eso es cuestión de éxito o fracaso, pero el camino es el mismo- y no levanta cabeza más que durante los breves periodos en que se acomoda a un buen amante. No duran mucho porque no sabe mentir, porque, a pesar de todo, tiene orgullo y se rebela, y porque tiene un corazón que no le cabe en el pecho.
Porque nunca lo dirá –no le interesa la bondad, la bondad no es chic, qué tontería- pero tiene un corazón de oro, una sinceridad –consigo misma, con su cuaderno, siempre- absoluta, y una gracia chispeante. Es tierna, inteligente, divertidísima. Atraviesa un Berlín efervescente –de neón- cuya dureza expresionista llegará a ser como una pesadilla, toma copas con nazis, con comunistas, con novelistas de lo ario y simples funcionarios, vive entre chulos, taxistas, tenderos, putas, buscavidas.... y hasta algún buen hombre, llega a conocer… Doris recorre la sociedad entera, siempre buscando “los tres minutos al día en que un hombre es bueno” y sueña, aunque no quiera, con el amor verdadero.

“Sería maravilloso estar con un tipo que me gustase. Mucho, mucho, mucho. Tendría una voz tan bonita como su pelo, y sus manos, la medida exacta para rodear mi cara y su boca sabría esperarme. ¿Habrá hombres capaces de esperar hasta que a una le apetezca?”

La chica de seda artificial requiere una lectura irónica, y puede ser que algunos lectores se engañen en un primer momento si inician una lectura literal. Sin embargo la maestría que Irmgard Keun nos hace pensar si no habrá en ella tanto de Doris que el personaje se repita, inevitablemente, en todas sus novelas. Lo descubriremos, sin duda.
Keun vivió con Joseph Roth en el exilio durante casi dos años, poco antes de la muerte de éste. No podía faltar quien la describiera como una mujer “ingenua y brillante, ingeniosa y desesperante” (Hermann Kesten, uno de sus muchos amigos en el exilio). Pero resulta que Irmgard Keun no es una mujer inspirada (o sea: tomada, poseída, instrumento de quién sabe qué genio) sino una gran escritora, original, vivaz y divertida, con 5 novelas publicadas, además de varias recopilaciones. De ella dijo Alfred Döblin “esto tenéis que verlo: una escritora con sentido del humor”. Regresó tras la muerte de Roth a Alemania, protegida por falsos informes de un suicidio (la noticia apareció en el Daily Telegraph), y allí vivió más o menos en la sombra luchando con el alcohol hasta su muerte en el 82. Su redescubrimiento tuvo lugar en los años 80 en Alemania. Irmgard Keun ha vuelto a la vida para hacerlos reír y llorar. La recupera para nosotros Minúscula en una edición tan cuidada como acostumbra, un regalo más. Junto a La chica de seda artificial podemos disfrutar Hasta medianoche. Congratulémonos.

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