jueves, 25 de noviembre de 2010

Picnic en Hanging Rock, Joan Lindsay


Editorial Impedimenta, 2010

En Hanging Rock ocurren cosas. Esa mole de roca que el sol del ocaso y el sol del amanecer tiñen de rojo y púrpura podría ser recogida en uno de esos libros de título Lugares misteriosos, sobre todo después de Picnic en Hanging Rock. Allí los relojes se detienen y los pequeños sucesos de la naturaleza muestran sentido, una especie de voluntad consciente que normalmente nos pasa desapercibida. Lo misterioso, lo fantástico, en la naturaleza. Lo amenazante a plena luz del sol. Arañas negras, ualabíes, flores, helechos. Este misterio que podemos percibir en la naturaleza en momentos de iluminación, y que nos puede aterrorizar, es perfectamente expresado por Joan Lindsay a lo largo de una novela de engañosa sencillez. La influencia maligna de Hanging Rock es omnipresente.
El argumento comienza con una excursión de adolescentes del colegio Appleyard para señoritas: el picnic del día de San Valentín, lleno de emoción, sombrillas, muselinas y botas de cabritilla. Tres de las alumnas mayores, ligeras y bellas sin igual, pura inocencia, y una profesora, desaparecen. ¿Cómo? ¿Qué les ocurre?

viernes, 19 de noviembre de 2010

Alondra, Dezsö Kosztolányi


Ediciones B, Zeta bolsillo, 2010, (trad. Judith Xantús).
Dezsö Kosztolányi (Szabadka, 1885-Budapest, 1936) fue uno de los primeros colaboradores de la mítica revista Nyugat, que aglutinó a la vanguardia artística de Hungría y tuvo su época de esplendor antes y después de la Gran Guerra. La ciudad de Szabadka es una ciudad de provincias, un poblón, como se llamaba en España con desprecio a las ciudades del estilo, y en ella se inspira Kosztolányi para crear su literaria ciudad de Sárszeg, en la que se sitúan algunas de sus novelas, Alondra
entre ellas. Los húngaros se sentían —como ocurría en casi todos los países europeos que no estaban en vanguardia, por otra parte, entre ellos el nuestro— atrasados, alejados del centro y, verdaderamente, el campo mantiene un estilo de vida cuasi feudal. Sólo «Buda», Budapest, adquiere en la época una vitalidad y una efervescencia cultural que la asemejan a París. Dezsö se fue pronto a Budapest y allí se quedó, trabajando como periodista durante toda su vida y publicando una profusa obra muy variada.
Alondra es una joven —no ya tan joven— muy fea. No tan fea como para ser observada constantemente como monstruosidad pero sí lo suficientemente fea para que la gente aparte de ella la mirada. No es siquiera mera fealdad; es una fealdad desagradable que, de alguna manera que no identificamos, incluye el alma. Su propio padre, que la ama, al verla bajo una sombrilla, piensa: «Una oruga debajo de un rosal».