
El crimen se escribe al revés: sabes el qué, pero no sabes cómo ni cuándo ni por qué. Lo sabes todo y no sabes nada, la información, aunque relevante, es totalmente insuficiente. Maravillosa y tortuosamente insuficiente. Y la relación que empiezan a mantener estos dos personajes, relatado en primera persona por el pintor, que es un hombre lleno de prejuicios y soledad premeditada y odio acumulado e inservible, se convierte en el centro de la novela de Ernesto Sábato. Repito: sabes el qué, la mata, pero no sabes el cómo ni el porqué. María está llena de silencios, de secretos, de ausencias, de contradicciones que Juan Pablo no puede sobrellevar. La necesita, la ama, la añora, la requiere, la necesita de nuevo. La quiere sólo para él. Pero María está casada con un hombre ciego y, además, mucho menos soportable para un hombre como Juan Pablo, está casada consigo misma, con su libertad, con su parcela de intimidad infranqueable. Hay incógnitas que uno debe resolver solo y, de alguna manera, se le puede reprochar al protagonista que la haya matado tan pronto: espérate, le decía yo, espérate, Juan Pablo, que todavía quedan muchas cosas que saber de María, todavía nos queda contestar algunas preguntas, no la mates aún, aguanta. Pero Juan Pablo ya te avisó al principio: he matado a la mujer a la que amaba, sin escrúpulos, a sangre fría. Y no pienso justificarme. Y tampoco espero que vosotros lo hagáis. Pero, cuando cierras el libro, ya hace muchas páginas que tú lo has hecho, que estás razonando con una persona enloquecida, injusta y obsesiva. Desobedeciendo.
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