lunes, 19 de octubre de 2009

Carta de una desconocida, Stefan Zweig

María Zambrano, con toda la poesía puesta como si fuera un vestido de noche, nos habló de cómo escribía el hombre y cómo escribía la mujer. Y, por lo tanto, de cómo sentían ambos, porque enfrentarse a la escritura no es otra cosa que combatir una soledad y vivirla. Como digo, habló de las diferencias que hay entre ambos: la mujer se vive desde adentro, el hombre lo hace desde fuera, la mujer escribe así, de dentro al exterior, y el hombre todo lo contrario, mucho más práctico, como una definición exacta, liberado, no sencillo pero sí más directo, la mujer, en cambio, lo hace desde el interior, como deshaciendo una madeja de sensaciones, y de ahí que las miradas de ambos disten tanto una de otra. Es una explicación como otra cualquiera que puede servirte o no: conmigo dio resultado. No dice en ningún momento que alguna de las dos sea superior, ni mucho menos, ni más apta, ni más eficaz, pero abrió una brecha ahí, entre ambas miradas, con la que coincidía totalmente sin saberlo hasta que ella encendió una luz de conocimiento en mí. Me he encontrado, sin embargo, muchas veces, con que para alabar la escritura y sensibilidad de un hombre se recurre al mismo lugar común: siente como una mujer. Y viceversa. Si una mujer es precisa, es clara, es brusca muchas veces, si dice las cosas de afuera para adentro, o de afuera para afuera, se la ensalza por ser tan masculina. En esta novela, pues, dejando ya de lado los preámbulos, se nos da el primer caso. Stefan Zweig siente como una mujer, escribe como una mujer, piensa como una mujer. Mientras leía Carta de una desconocida, de vez en cuando, necesitaba recurrir al ejercicio de apartarme del libro, mirar la historia de lejos, enfriarla, y me decía: Stefan es un hombre, no te equivoques, todo lo que hay de mérito en estas palabras tiernas y crueles por igual, es que no las siente una mujer, las siente un hombre, y no lo parece, no lo parece. No debería ser una virtud que un hombre sea sensible y escriba sobre cosas sensibles, sin embargo, la mayoría de veces, sucede así. Reconozco que he caído en la trampa también y que de Stefan Zweig siempre acabo resaltando esa característica suya tan poco propia en el género masculino. Lo que me gusta de este escritor es que, partiendo de una idea sencilla, consigue recrear todo un mundo que de pronto se te antoja único, como si a nadie más se le hubiera podido ocurrir esa historia, esa trama, ese argumento. En este caso, no es más que una carta, como ya anuncia el título, que una mujer madura le manda a su amado, desconocida hasta entonces para él a pesar de haberse cruzado con su vida hasta en tres ocasiones. Una mujer enamorada de un escritor de éxito, una mujer que decide por fin, tras la trágica muerte de su hijo y la pérdida de tantas cosas, confesarle a R. que, desde que era una niña, está enamorada de él. La fidelidad, la espera, la lejanía, el paso del tiempo, el amor no correspondido y todas las etapas importantes de la vida de esta mujer son tratadas por Stefan Zweig con una claridad y un dramatismo digno de una mujer desesperada y sola. Creo firmemente que, en esas entrelíneas, ahí donde la historia que en realidad no es especial, ahí donde se convierte en un relato difícil de olvidar, ahí donde Stefan Zweig convierte un acto corriente en una vivencia, ahí es donde se esconde eso abstracto que encierra el arte.

1 comentario:

  1. Me enamoré hace muchos años ya de esta novela. Para mí, todo un referente.

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