Ahí donde mueren unos pianos, donde hay piezas abandonadas, teclas que hacen eco del silencio, donde un piano no es más que un mueble lleno de polvo, abandono y soledad, ahí es donde viven y mueren los personajes de esta novela, donde trabajan y aman, donde enseñan y esconden, donde descubren y desaprenden. Pero... pasa algo extraño. Puede ser que el padre sea el hijo y por lo tanto el que era tío se convierta en hermano, o también puede pasar que la madre sea esposa y las hermanas, hijas. Todo eso puede pasar en esta novela. Puede pasar en cualquier vida, pero sólo se entiende en esta historia, sólo se desvela en estas páginas de Peixoto, sólo uno se pregunta cómo leyendo Cementerio de pianos. Entonces, el principio: digamos que, cuando nace el nieto, el abuelo muere, también nace el sobrino y el padre muere, también nace el hijo y el padre muere. Todo eso puede pasar al mismo tiempo. Y H. me decía, viéndome desesperar ante las páginas del libro: ¿tú crees que, a estas alturas de la historia -que era aproximadamente en el ecuador-, todos los lectores se harán las mismas preguntas que tú? Las preguntas eran: ¿pero es el padre o el hijo, aquella historia quién la contaba, el tío es el del ojo, por qué ahora dice que es el hermano, quién está hablando, a quién pertenece esta voz que no cesa y a la vez desaparece?
Yo creo que estoy leyendo mal, que no estoy comprendiendo, decía yo, pero no era así. Porque la historia se separa y se une cuando no te das cuenta, en un punto muerto que es imposible reconocer, miras a otro lado, te fijas en la hermana, ésa que se sabe engañada y se engaña todavía más, o en la niña que de pronto habla con el abuelo difunto, o en el atleta y carpintero que trabaja con su tío y descubre los secretos que su padre dejó sepultados bajo años y años de cenizas de pianos, entonces, cuando te sumerges en cada una de las pequeñas historias que conforman la vida de esta familia, cuando te fijas en algún pequeño detalle, toda la novela cambia, da un giro, y el que pensabas que era el padre, es el hijo, o al revés, no se sabe, no se sabe quién cuenta, si se cuentan dos historias diferentes o una sola, si están juntas, si es la misma realidad, si es de diferente tiempo. No se sabe nada. Y, sin embargo, eso no te impide disfrutarlo, saborearlo, recrearte en esa vida como puede ser la tuya o la mía o la suya, una vida cualquiera, anónima, sin más importancia que la de arreglar pianos y sobrevivir, la de arreglar pianos y morir, correr hacia una meta o esperar que la meta corra hacia nosotros, descontar kilómetros. Francisco Lázaro es el nombre del protagonista: un corredor y carpintero, hombre y abismo. Francisco no se sabe quién es y al mismo tiempo está totalmente localizado: podría hoy todavía hablar de él, de su vida, de sus hermanas, de sus padres, de su hermano. Pero también es el hijo. Así tal como lo cuento. José Luís Peixoto mezcla y confunde al lector de una manera deliciosa: desesperándolo y al mismo tiempo apaciguándolo con los entresijos de una familia cualquiera, la familia de Francisco Lázaro. Corredor y carpintero, vivo y muerto, hombre y abismo. Padre o hijo.
Yo creo que estoy leyendo mal, que no estoy comprendiendo, decía yo, pero no era así. Porque la historia se separa y se une cuando no te das cuenta, en un punto muerto que es imposible reconocer, miras a otro lado, te fijas en la hermana, ésa que se sabe engañada y se engaña todavía más, o en la niña que de pronto habla con el abuelo difunto, o en el atleta y carpintero que trabaja con su tío y descubre los secretos que su padre dejó sepultados bajo años y años de cenizas de pianos, entonces, cuando te sumerges en cada una de las pequeñas historias que conforman la vida de esta familia, cuando te fijas en algún pequeño detalle, toda la novela cambia, da un giro, y el que pensabas que era el padre, es el hijo, o al revés, no se sabe, no se sabe quién cuenta, si se cuentan dos historias diferentes o una sola, si están juntas, si es la misma realidad, si es de diferente tiempo. No se sabe nada. Y, sin embargo, eso no te impide disfrutarlo, saborearlo, recrearte en esa vida como puede ser la tuya o la mía o la suya, una vida cualquiera, anónima, sin más importancia que la de arreglar pianos y sobrevivir, la de arreglar pianos y morir, correr hacia una meta o esperar que la meta corra hacia nosotros, descontar kilómetros. Francisco Lázaro es el nombre del protagonista: un corredor y carpintero, hombre y abismo. Francisco no se sabe quién es y al mismo tiempo está totalmente localizado: podría hoy todavía hablar de él, de su vida, de sus hermanas, de sus padres, de su hermano. Pero también es el hijo. Así tal como lo cuento. José Luís Peixoto mezcla y confunde al lector de una manera deliciosa: desesperándolo y al mismo tiempo apaciguándolo con los entresijos de una familia cualquiera, la familia de Francisco Lázaro. Corredor y carpintero, vivo y muerto, hombre y abismo. Padre o hijo.
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