miércoles, 16 de diciembre de 2009

Las palabras de la tribu. Francisco Umbral

Me gustan los libros de escritores que hablan de otros escritores, no por seguir patrones, no siempre coincido con ellos, suelo ser muy mía en mis inclinaciones, pero me gusta la mala baba que suelen gastar, me divierte el tono que adoptan a la hora de masacrar o ensalzar al compañero de oficio. Y algo de curiosidad malsana por mi parte, también, al fin y al cabo conocer gustos ajenos nos lleva a conocer al otro y en el caso de un escritor que escribe sobre otros, no puede evitar ofrecer una porción más íntima que la que deja entrever en sus escritos. Las filias y fobias son así y todos adolecemos de ellas, sin excepción.
En Las palabras de la tribu, Umbral hace un recorrido desde Rubén Darío a Cela. Partiendo del Modernismo que nos llega de la mano de Rubén -alumbrando todo lo que toca con su poesía y estilo- pasa por Galdós, Valle, Baroja, Ortega, JR Jiménez, Guillén, Alexaindre, Vallejo, la generación del 27, del 36, el humor, la posguerra... en fin, las tendencias literarias del S.XX hasta los cincuenta en nuestra literatura que no serviría de nada extender aquí. Todo ello con el tono que caracteriza a Umbral, su lirismo, cabezonería, cierta chulería se podría decir, ¿por qué no? Y esa forma de contar que consigue arrancar en mí la admiración por el uso magistral de la palabra, del respeto a las metáforas y sus cabriolas, el lenguaje amado y agasajado me parece en él.

Sólo tres mujeres mencionadas, ¡qué le vamos a hacer!: Rosa Chacel sólo publica gracias a las becas de la Fundación March; March financió a Franco, ¿ para eso ha vuelto?, María Zambrano era una lírica en prosa y nunca un pensamiento coherente y Ernestina de Champourcin, que a ésta sí, a ésta si parece respetar una poeta con mucha música dentro. La música del autor diferencia al escritor del simple fabulador, según Umbral, y no puedo por menos que darle la razón.
Algunas sentencias para el recuerdo, Galdós tuvo desde muy pronto cara verde de billete de mil pts. - alusión al billete que circuló durante mucho tiempo en nuestro país y que provocó mi carcajada- o Azorín escribe cobarde -demoledor- o Baroja fue un escritor de mesa camilla -menos cruel pero efectivo-.
El capítulo que más me interesó el que hablaba de los poetas del 27 y el que me salté con garbo y salero: el de los escritores falangistas pues nada bueno podía venir de ellos, salvo exaltación y mitos -puedo hacer una excepción con Gerardo Diego, va, ahí sí coincidimos-. Sus reflexiones sobre la escritura en las guerras, el yo en literatura -tan de moda la discusión- y los descalabros emocionales de los escritores que se ven obligados a escribir desde el exilio. La admiración hacia Cela, compartida en mi juventud, desbaratada yo por el uso de la palabra y el estilo experimentador del señor Cela. Con el tiempo se me quedó entre las manos, en mí su testosterona pudo con el manejo del léxico, a veces pasa.

En fin, ejemplos mil podría contar pero no es cuestión de aburrir. El buen lector vive las novelas y los poemas y quiero que también viva este libro y que los autores sean para él personajes. Pues así lo viví y así llegué a verlos, cómplice de su tono guasón, contagiada por la pasión que para él suponía la literatura y aprendiendo de unos juicios que, coincidiendo o no con los propios, invitan, diría que casi obligan, a reflexionar y darnos la vuelta.
El buen escritor, parafraseando a Umbral, sería aquel que dota de vida a lo escrito haciéndolo de forma tan personal que no se pueda confundir con ningún otro. Ese era Umbral, el escritor.

2 comentarios:

  1. Me han entrado ganas de leerlo.
    Gracias.

    Besos resignados.

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  2. Pues Torito, fíjate que creo que te gustaría, ese tonillo guasón y mala baba te iba a divertir tanto como a mí...

    Y no seas bobo, de resignados ná, sigo por aquí, no? jeje

    Besos!!

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