Andrés es el típico hombre maduro que ha quedado soltero y ya es demasiado viejo para casarse y demasiado joven para estar tan solo. Y, sin embargo, él es feliz así, con su vida tranquila y calmosa, para alarma de todos. La abuela, nonagenaria, loca y postrada en una cama, es la única familia que le queda, después de que su abuelo muriera y dejara como última voluntad, a pesar de haber pasado los últimos años lejano y como de otra familia, que las dos criaditas de toda la vida se ocuparan de ella. Y en ésas están: la anciana, sabia y desquiciada, gobernándolo todo incluso sin poder moverse, las dos criadas, obedeciendo, acostumbradas al espesor y la quietud de la casa, y él, contemplativo e inmóvil, dejando que cualquier oportunidad que le sacuda pase de largo. La vida pasa tranquila en la casa de los Abalos, todo envuelto en lujo y servidumbre. Pero entonces ocurre lo que nadie cabía esperar: viene Estela, la sobrina de una de las criadas, para quedarse. Después de tantas muchachas como han pasado por la habitación de doña Elisa, Estela llega dispuesta a cuidarla y a no dejarse intoxicar por la locura de la vieja. Y todo está en orden hasta que aparece Mario en su vida. O hasta que Andrés empieza a ver en la chiquilla algo más que eso. O hasta que el hermano de Mario desaparece y vuelve cargándolo de tanto pesar, de tanta ruina. O hasta que Carlos, el médico, amigo de Andrés, ve en él un ser ridículo. O hasta que la anciana recobra toda la cordura maligna y terrible y arroja luz donde debe haber oscuridad.
Descubrí a José Donoso en la trasera de un libro: Nadie nos mira, de José Luís Peixoto. Lo nombraban al lado de Faulkner y Rulfo, me parece, y anoté el nombre. Cuando tuve en mis manos Coronación y leí lo que decía la sinopsis: nos hallamos, sin duda, en el mundo de José Donoso, cuando lo tuve y el mundo de José Donoso a mí me parecía desconocido y para otros, lo dejé reposar meses en la estantería. Ahora yo ya puedo hablar de ese mundo de lo inusual, como dice en el resumen, ahora ya sí puedo decir que maneja con maestría la descripción y el lenguaje coloquial sudamericano. Y ahora ya puedo apostar por él, por José Donoso, un maestro del ámbito cotidiano pero singular, de algo que pasa todos los días y nunca. Coronación, aún con este título que dice tan poco, es un libro grande como la pequeña vida de cada uno de sus personajes, siendo imprescindibles cada una de las palabras que emplea, todas a propósito. El mundo de Donoso es, sí, lo alucinadamente descarrillado y roto, como la vida de Andrés de Abalos, como la de cualquiera, un hechizo, una maldición.
Descubrí a José Donoso en la trasera de un libro: Nadie nos mira, de José Luís Peixoto. Lo nombraban al lado de Faulkner y Rulfo, me parece, y anoté el nombre. Cuando tuve en mis manos Coronación y leí lo que decía la sinopsis: nos hallamos, sin duda, en el mundo de José Donoso, cuando lo tuve y el mundo de José Donoso a mí me parecía desconocido y para otros, lo dejé reposar meses en la estantería. Ahora yo ya puedo hablar de ese mundo de lo inusual, como dice en el resumen, ahora ya sí puedo decir que maneja con maestría la descripción y el lenguaje coloquial sudamericano. Y ahora ya puedo apostar por él, por José Donoso, un maestro del ámbito cotidiano pero singular, de algo que pasa todos los días y nunca. Coronación, aún con este título que dice tan poco, es un libro grande como la pequeña vida de cada uno de sus personajes, siendo imprescindibles cada una de las palabras que emplea, todas a propósito. El mundo de Donoso es, sí, lo alucinadamente descarrillado y roto, como la vida de Andrés de Abalos, como la de cualquiera, un hechizo, una maldición.
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