lunes, 16 de septiembre de 2013

Una letra femenina azul pálido, Franz Werfel


Anagrama, 2013 (primera edición, 1994)

Un hombre asciende socialmente gracias a su habilidad para el baile, su buena presencia y una enamorada de alcurnia. Él, hijo de «un pobre catedrático de instituto», llega a lo más alto del funcionariado y disfruta de una vida regalada con todos los lujos que el dinero de su esposa (¡ah, pero eso a él no le interesa!) le puede proporcionar. Sin embargo, qué vida tan extraña, que sensación de vanidad nos deja. La apariencia, el quién va a la ópera, las dietas y afeites de su bella esposa, y un frac que aparece siempre... El frac es la herencia de un estudiante «israelita» que se suicidó en la habitación de al lado en su juventud. Con ese frac asiste a su primer baile y causa sensación. ¡Un frac abre las puertas del mundo! Además, baila tan bien. Respecto al israelita, ya ven, qué falta de gusto, que tendencia al exceso tienen los de su raza. Suicidarse en la habitación de al lado.

El tiempo de la historia es muy breve. Pero hay recuerdos, muchos recuerdos y evoluciones graves en el alma somera de Leónidas. La persona y los momentos en que con más intensidad vivió, vuelven de pronto. Un amor de juventud… Una israelita, hoy doctora en filosofía. ¿Qué más? Oh, ahora ella lo necesita. La israelita, la severa colegiala, era y sigue siendo un ser de pureza imposible.

«¿Pureza? No había pensamiento detrás de esa frente blanca que no estuviese en consonancia con la totalidad de su ser, y uno lo sentía.»

Del argumento, no digo más. Pero qué tristeza la cobardía, más aún la cobardía consciente, qué tibio y qué poco intenso ese vivir rehuyendo el riesgo y la pasión.

«Yo, personalmente, por ejemplo, no debo mi meteórica carrera a ningún atributo excepcional, sino a tres talentos musicales: un oído muy fino para detectar la vanidades humanas, un gran sentido del ritmo y —éste es el más importante de los tres— una capacidad de imitación extremadamente acomodaticia que, sin duda, tiene sus raíces en la debilidad de mi carácter.»

No cuento más, porque es importante en esa breve gran novela avanzar con el narrador-protagonista, descubrir más y más de él. Es una obra de amor, sí. Mucho amor, pero ¿dónde está la pureza?

http://www.epdlp.com/escritor.php?id=2432



Franz Werfel (Praga, 1890-EEUU, 1945) fue autor adscrito en su juventud al expresionismo, amigo de otros famosos escritores austriacos como Kafka y Max Brod, luchó en la primera guerra mundial y estuvo casado durante 16 años con Alma Mahler, con la que huyó en el 38 a Estados Unidos y con quien vivió hasta su muerte.

jueves, 12 de septiembre de 2013

Solaris, Stanislaw Lem

Impedimenta, 2011

«¿Cómo quieren comunicarse con el océano cuando ni siquiera llegan a entenderse entre ustedes?»

«Estaba decidido a terminar con las conjeturas y a conocer la verdad, aunque como ya imaginaba, la verdad fuera incomprensible.»

«Pretendes observar un comportamiento humano en una situación inhumana.»

«Si la realidad te hace daño, no tengo la culpa.»

En un lejano planeta cuya órbita está regida por dos soles, una estación espacial flota sobre un extraño océano viviente, una entidad gigantesca, cambiante y enigmática. En la estación, los profesores Gibarian, Sartorius y Snaut intentan desentrañar el misterio de ese mar plasmático que durante cien años ha mantenido a la comunidad científica terrestre dividida y exultante. Stanisław Lem es uno de esos escritores que tienen la habilidad de meterte de cabeza en sus mundos inventados a la media página. Todo lo que él quiera imaginarse se materializa sólido, compacto ante tus ojos; sin necesidad de mucho artificio ni lustre, con un aplomo de quien describe algo que verdaderamente existe, ayudándose de anclas fascinantes por lo que empobrecen nuestra esperanza de un futuro-ficción de plexiglás brillante, como las latas de concentrado de carne, las sopas de sobre o las camas plegables. Abrir Solaris es descorrer una cortina y penetrar en otra realidad completamente diferente, en la que tenemos que arreglárnoslas con el bagaje que traemos de nuestra realidad de siempre, igual que Kris Kelbin, el protagonista. Solaris es el fascinante y aterrador recorrido de una mente inteligente en estado de sitio, rodeada por lo desconocido, intentando abrirse un camino a través del que poder comprender algo para lo que no le alcanza con sus parámetros usuales. La angustia de Kelbin es tangible; mascamos su proceso, lo vemos sufrir, con él intentamos desentrañar el misterio, comprender, queremos curarle las quemaduras y el insomnio. Como él, le tenemos miedo a Harey, su mujer regresada. Nos inquieta la mano del profesor Staut metida en el armario, sujetando la mano de alguien que no sabemos quién es (nos gustaría saber más porque Staut es nuestro favorito y estamos seguros de que es el favorito de todo el que lea Solaris). Nos aterra que Sartorius haya podido elegir una vía sanguinaria. Nos apena haber perdido a Gibarian, nuestro profesor y mentor. Nos reconforta tener a mano esa inexplicable biblioteca borgiana en la que se acumulan todos los volúmenes de solarística (de los cuales un 60% deben ser magufos). Las explicaciones sobre la historia de Solaris y los solaristas, las bibliografías inventadas y las teorías detalladas y argumentadas, las distintas escuelas y desencuentros, su giro último hacia Dios, también tienen ese qué se yo de Borges. La única conclusión a la que puede llegarse sobre el planeta Solaris es que el océano viviente actúa pero no según las nociones de los hombres. La explicación reemplaza un enigma por otro. El único habitante de Solaris no se pliega a nuestras leyes ni se comunica siguiendo las máximas conversacionales de H. P. Grice, él prefiere leer mentes y solidificar recuerdos en carne viva y mandarlos como compaña nocturna. El drama pasado de Kelbin y su drama moderno son un bolero triste y extraño que resuena por toda la estación espacial: de la inquietud primera de ver el vestido blanco de la Harey falsa pero verdadera colgado en la silla a lo reconfortante de ver vestidos blancos sucesivos colgados de la silla (Harey es un poco como la princesa transparente de Ico, no se la puede dejar suelta). Los misterios científicos más insondables se ven empañados por un amor de narciso (momentáneamente). El proceso de ahogarse en lo desconocido de Kelbin se convierte en un ahogarse entre los hombres; de tenerle miedo a lo que no puede reducir a una fórmula o a un experimento científico pasa a tenerle miedo a lo que ya sabe. Por suerte, Kelbin no está solo en vano: Staut le vuelve a la ”cordura” de abrazar el ansia de saber, abrazar al dios de la ciencia, curioso que sea después de un sacrificio ritual.
La extrañeza de Kelbin encuentra su tope porque es insoportable y así termina arellanándose en la teología y después, en lo reconfortante de ejecutar los miles de pequeños gestos que componen la vida, hasta el día en que esos gestos vuelvan a convertirse en hábitos. 

Por fuera del libro:
Solaris se publicó en 1961. Su autor tenía 40 años. Es el libro más famoso de Stanisław Lem por culpa de Tarkovsky. Lem es otro de esos médicos que terminan siendo escritores, otro de esos polacos que termina en el exilio (en Viena, donde permaneció cinco años en los 80). De origen judío, durante la Segunda Guerra Mundial su familia consiguió (gracias a su estupendo nivel económico) falsificar papeles y librarse de los campos de concentración. Cuando Polonia fue soviética se volvieron pobres. Lem empezó a vender historias mientras estudiaba medicina. Y así.

Un chachito de Solaris: 

Nos internamos en el cosmos preparados para todo, es decir para la soledad, la lucha, la fatiga y la muerte. Evitamos decirlo, por pudor, pero en algunos momentos pensamos muy bien de nosotros mismos. Y sin embargo, bien mirado, nuestro fervor es puro camelo. No queremos conquistar el cosmos, sólo queremos extender la Tierra hasta los lindes del cosmos. Para nosotros, tal planeta es árido como el Sahara, tal otro glacial como el Polo Norte, un tercero lujurioso como la Amazonia. Somos humanitarios y caballerosos, no queremos someter a otras razas, queremos simplemente transmitirles nuestros valores y apoderarnos en cambio de un patrimonio ajeno. Nos consideramos los caballeros del Santo Contacto. Es otra mentira. No tenemos necesidad de otros mundos. Lo que necesitamos son espejos. No sabemos qué hacer con otros mundos. Un solo mundo, nuestro mundo, nos basta, pero no nos gusta como es.

Loulou Revisited

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Fragmentos de interior, Carmen Martín Gaite

Siruela, 2010

No sé muy bien qué decir de esta novela, que tanto ama Jenn Díaz (ni siquiera he querido leer lo que haya dicho, para ofrecerle una lectura fresca), que no había leído hasta ahora y cuya maestría reconozco de inmediato. Seguiré con todo lo de Martín Gaite, sin duda. ¿Qué? ¿Que es perfecta? No es más ni menos de lo que se propone. Tal elegancia es rara. Si tuviera que acabar en tres palabras diría: “Novela psicológica. Buenísima”. Aunque tampoco es una novela psicológica. Costumbrista, dicen otros. Sí, pero no es su objetivo ser una novela costumbrista. No añadiría que no brilla porque lo que cuenta no brilla, que su realismo es tal que no nos asolan paisajes oníricos ni nos sorprende una trama imprevisible. Es como la vida misma. Alguien que la cuenta muy bien, pero no intenta adornarla ni disfrazarla. Noto una honradez enorme en la manera de contar, un afán de decir exactamente lo necesario, la mirada posada en su objeto con toda intensidad, sin dejar nada fuera para que el autor se luzca, sin dejar nada fuera para congraciarse con unos u otros. Solo la realidad de unos personajes cuyos gestos podemos ver, personajes de esos que te parece conocer desde siempre, pero que no son un estereotipo, no son tipos, sino personas de verdad. 
Una familia que se disgrega (vemos casi a los personajes salir disparados hacia afuera por la fuerza centrípeta de esa dispersión) con el sufrimiento que provocan las relaciones de dependencia y poder (independencia / dependencia) al evolucionar y, más aún, antes de estallar. Varias líneas argumentales que confluyen en el tema del amor. Romántico. Familiar. Del amor. Preguntas eternas como si el amor es causa de sufrimiento y cómo liberarse de ese sufrimiento sin dejar de amar. ¿Es posible? 
Hay dos historias de amor en la novela. Agustina, mujer de 50 años que fue bella y feliz, se niega a aceptar que ese amor ya no es suyo, que nada queda en el presente de aquella dicha. Luisa, joven de 20 años que viene a Madrid a buscar a un novio de verano que, como se verá, no la esperaba. Entre ellas, entrelazados de manera perfecta, hijos, esposos, amigos. Cómo supo Carmen Martín Gaite hablar del amor sin caer en tópicos, ideas repetidas hasta el hartazgo, superficialidades. 
Recuerdo cómo se durmió finalmente Agustina solo después de haber hecho sentir a su hijo Jaime la misma desesperación que la agobiaba a ella. ¿Amor? ¿Qué es amor? Isabel, independiente, fuerte, ¿ama lo mismo que Jaime a su madre? No hay manera de saberlo, pero parece que no. 
Cómo se resolverán ambas historias, las de Agustina y Luisa, tan semejantes en cierto modo, es lo que sabrán si leen esta novela redonda y perfecta. Sin alejarse de lo cercano (de ahí ese “costumbrismo” en el que la catalogan algunos), fue capaz de escribir una gran novela que ojalá lean. Me ha sabido a poco y quiero más. 

lunes, 9 de septiembre de 2013

El último cortejo, Laurent Gaudé

Salamandra, 2013

El último cortejo narra los últimos momentos de la vida de Alejandro Magno, de su cuerpo/cadáver y de lo que propiamente ES Alejandro. La pregunta central de la obra, cuya respuesta la cierra, es la que su madre Olimpia le ha hecho en una misiva el mismo día en que siente el mal en su interior: «¿A quién perteneces?», que es, en realidad, otra manera de preguntar: ¿Quién eres?
Se trata de una narración muy poética, con imágenes que se quedarán grabadas en la mente del lector mucho después de haber olvidado, quizá, el argumento. Un tono elegíaco, pero también épico en ciertos momentos, llena de magnificencia y trascendencia la obra.

«(…) ah, qué dulce es estar tan lejos, pronuncio vuestros nombres, Hefestión, Dripetis, pronuncio vuestros nombres, Tarkilias, Chandragupta, habéis hecho de mí el hombre que no sabe morir, la urna está rota y el viento sopla, Estoy aquí para siempre, lo abarco todo con la mirada, escucha, Dripetis, abarco los mundos desconocidos, los ríos interminables, los combates de mañana (…)»

Varios personajes narran, cada uno desde su tiempo y desde su espacio, la historia pasada y presente: aquél a quien Alejandro envió más allá del último confín a declarar la guerra a un rey cuya existencia era solo un rumor; un capitán de Ptolomeo... La narración más importante es la de Dripetis, hija de Darío y viuda de Hefestión, el mejor amigo de Alejandro. Dripetis ha vivido guerra y destrucción y no desea otra cosa que desaparecer de la historia. De la Historia. ¿Cómo sale uno de la Historia? Ella vive, con su hijo recién nacido, en un monasterio, lejos del mundo. Sin embargo, la reclaman cuando Alejandro agoniza y se ve obligada a regresar. Su mayor deseo es que su hijo crezca sin saber quién es (otra vez la misma pregunta: quién es uno, qué es ser uno y no otro), que el destino que parece aguardar a todos los miembros de su familia (familia imperial de estatus casi divino hasta que Alejandro destruyó el imperio persa) pase de largo ante su hijo: ¿cómo se puede eludir el destino?

«Ha conseguido librarse del Imperio. Nunca ha estado tan viva como allí, sobre esa roca. Está en el corazón de las cosas, donde los instantes pasan con lentitud y donde todo es vital.»

A su vez, Alejandro le pide ayuda. Tras su muerte, sus mejores amigos, sus consejeros, comienzan a guerrear entre sí y su cuerpo se convierte en símbolo de poder. Alejandro quiere… Pero léanla. Para mí ha sido un placer.

Laurent Gaudé, 1972, tiene varias novelas históricas en su haber, las más conocidas El legado del rey Tsongot y El sol de los Scorta, y es autor de gran éxito en Francia, donde ha cosechado importantes premios.

jueves, 5 de septiembre de 2013

El malentendido, Irène Némirovsky

Magnífica primera novela de la magnífica Irène Némirovsky. ¿A qué mujer vio esta joven Némirovsky de 23 años sufrir así por amor? ¿De dónde surge ese conocimiento hondo y sutil del alma humana? La finura en el análisis y retrato de los sentimientos y las evoluciones de la protagonista de esta historia de amor son excepcionales. Vívido relato de la relación de dos amantes desiguales separados por un matrimonio, una posición social agobiada por la estrechez, la inseguridad, la desconfianza y la adoración de una de las partes, que impide respirar a la otra (la solución, por así decirlo, a este problema es original, real, uno de los rasgos más sorprendentes de la obra).
El desencuentro, el no entendimiento, el construir sobre supuestos, los diálogos imaginados, el desear y no decir, la incomunicación. Eso. Lo de cada día.
Sorprende siempre esta autora, no solo por su agilidad y perfección narrativas, sino por esa sabiduría, esa comprensión de las motivaciones y el funcionamiento de nuestra psique. Su juventud, su fuerza, su maestría han de ser una y mil veces resaltados.

Para saber más de la autora:
http://www.losnoveles.net/deshollinadora1.htm
Más reseñas sobre el mismo libro:
http://alvarodelarica.com/2013/06/el-malentendido-irene-nemirovsky.html
http://ellibrofago.blogspot.com.es/2013/04/el-malentendido-de-irene-nemirovsky-una.html