viernes, 2 de julio de 2010

El iris salvaje, Louise Glück

El iris de Louise Glück no puede ser de otra forma que salvaje. ¿Cómo hablar del pan, de un gato que se revuelca, de un hombre, uno simple, y hacer poesía? Poseyendo un iris que sea lo suficientemente salvaje como para ver que la luna, aunque ahí arriba, como inalcanzable, como cansada, la luna sigue estando más que viva, y vivo, ridículamente vivo se queda cualquier amante de la poesía leyendo los versos de esta escritora estadounidense (Nueva York, 1943). Un niño ahora ríe descarado en el jardín que hay debajo de casa y me pregunto si tengo derecho a cargar con esa carcajada, si podría llevármela sin pedir permiso, convertirla en poema, o maldecirla, y tengo fe ciega en que Louise Glück sabría cómo enfrentarse a la alegría exagerada de un adolescente al que le entra el verano, con todo su tiempo libre para perderlo, le entra el verano por los ojos y se dinamita en su interior. Imagino a Louise Glück escribiendo con sufrimiento, también puramente, sin un preámbulo, aceptando la derrota de antemano, la huida que supone el mero hecho de sentarse a escribir unos versos, para poder gritar y que no se nos seque la boca para siempre, que se nos quede abierta y alguien tenga que venir a cerrarnos los ojos porque se nos ha quitado todo lo que teníamos, se nos ha olvidado.
Me la imagino escribiendo con el pulso firme, ordenando como si fuera un cuarto toda su vida, esparciéndola para poder verla de lejos, o tan cerca que apenas se pueda apreciar, haciendo una especie de collage: y me la imagino siendo egoísta escribiendo, necesitándose a ella, a la Louise que cocina, a la Louise que cuida de sus hijos, que riega una planta que no soporta el calor, necesitando de todas las que ella es para poder después mostrarnos descarada su vida, dejándonos a todos desnudos siendo una mujer todas las mujeres, una madre todas las madres, una esposa todas las esposas, vertiendo luz como si fuera agua sobre todo lo que está escondido, encima justo del dolor o el rencor, o de la felicidad efímera e injustificada, vertiéndose infinita como si fuera una fuente y salpicando sobre el tiempo que no es más que un gato que se ha lamido los pies y va dejando huellas mojadas por donde pisa. Descorazonada y poetisa, Louise Glück no tiene secretos para con su escritura, no le guarda heridas, ni la utiliza como si fuera un cuerpo facilón, se sincera, se muestra débil, humana, y deja que la poesía entre por dentro y la infecte y después el resultado sea este dolor como de vida, este lector como de muerte. Es insoportable ese monólogo suyo, ese encaramiento con alguien a quien nosotros creamos, a quien le buscamos un rostro conocido pero que sólo le pertenecerá a ella, es feroz esa manera de hablar, el poco pudor que le debe al lector, sometiéndolo a una vida que, de pronto, te toca y ya te sientes obligado a vivir, es culpable Louise Glück de que todos finalmente vayamos a convertirnos en la misma persona si la leemos, creyendo que seríamos capaces de escribir lo que ella escribe, de vivir la antesala del poema, la purificación posterior, todos nos convertimos en ese interlocutor suyo, en esa respuesta que busca y que injustamente no le llega, que todos buscaríamos si nos atreviéramos. La luna sigue estando más que viva. El iris de Louise Glück es más que salvaje.

3 comentarios:

  1. Ni sabía quien era.
    Ahora he buscado en google y leeré poemas suyos, a ver que tal...

    Besos.

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  2. Pues me sucede lo mismo... tendré que buscar algo suyo y te cuento.

    Besos, Fusa muá!

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  3. AHHH pero que interesante que es este blog, me gusta descubrir autores...ya compartiré algo de lo que leí.
    Un abrazo

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