miércoles, 2 de octubre de 2013

Deja en paz al diablo, John Verdon

Roca, 2013

El detective David Gurney resultó gravemente herido en su último caso. Tras salir del coma, se recluyó en su casa del norte del estado de Nueva York. Él y su esposa Madeleine se habían trasladado al campo huyendo del estruendo y la presión de Manhattan.

A Gurney le quedaron secuelas, propias del síndrome postraumático: unos molestos acúfenos, como voces susurradas dentro de su cabeza —Let the Devil sleep—; una abulia generalizada, y la necesidad de ir constantemente armado —la Beretta 32 en la pequeña funda de su tobillo izquierdo—. Cuando trabajaba como detective del Departamento de Policía de Nueva york, aborrecía las armas y las llevaba por obligación; ahora las lleva obligado por un miedo que no parece remitir.

En ese estado de indefensión David recibe la petición de ayuda de un antiguo conocido: que asesore y vigile a su hija, Kim Corazón, que prepara una serie de entrevistas a los familiares de las victimas de un asesino en serie de hacía diez años, el Buen Pastor, cuyos crímenes quedaron sin resolver. El documental se titularía <>. La idea, espectacular, parecía inocua en principio; pero algunos aspectos turbios, como la manipulación de la emisora de TV basura que acepta el proyecto, ponen a la joven periodista al borde del abismo: el primera, que tiene un exnovio acosador; el segunda y más inquietante, que El buen pastor sigue vivo, y éste constituye, como en la mayoría de las obras policiacas, el Leit motive de la trama: como dijo Nietzsche, que tenía motivos para saberlo:

«Quien con monstruos lucha cuide de no convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti.»

Esta novela presenta perspectivas novedosas en el género negro. El estilo es rico y preciso. Los diálogos inteligentes y creíbles, sin caer en ese esquematismo de moda que deja atrás tantos matices. Los personajes son psicológicamente correctos, interesantes y bien dimensionados.

Se trata de una buena novela que, divirtiendo, satisface ese profundo instinto que nos convierte en justicieros anónimos en la noche del tigre. Al mismo tiempo que respeta las convecciones clásicas del género —Sherlock Holmes + capitán Ahab—, nos ofrece una perspectiva crítica de las nuevas tecnologías de detección, que tanto nos asombraron cuando las empezamos a ver en esas grandes series: “El CSI”, en Las Vegas, en Florida y en Nueva York —investigación científica del escenario del crimen—, y “Mentes criminales” — el Departamento de Conducta Criminal del FBI—. Por mucho que nos han impresionado los métodos científicos y psicológicos en la investigación criminal, debemos admitir que no siempre logran sus propósitos. Tanto en la realidad de la policía, que brega día a día en esa batalla interminable, como en la ficción, el papel del humano, hombre o mujer, sigue siendo tan necesario como la existencia del héroe marginal, el detective privado.

Antón G. Areces

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