viernes, 2 de agosto de 2013

Baladas del dulce Jim, Ana María Moix

Bartleby Editores, 2010

Ana María Moix publicó Baladas del dulce Jim en 1969. Fue la única mujer incluida en la ya mítica antología Nueve novísimos y, aunque dejó la poesía pronto (solo publicó tres poemarios, a pesar de que ha seguido siendo escritora en las variadísimas actividades en que un escritor se manifiesta), podríamos decir que es poeta, queriendo significar con ello que tiene la sensibilidad con que el auténtico poeta vive en el mundo, maravillándose ante el misterio del lenguaje, ante el misterio de la existencia. Todo poeta es niño, porque juega con absoluta seriedad, como solo los niños saben jugar. Jugar: aceptar una convención, participar seriamente (o juegas o no juegas) en una re-presentación. Cuando el poeta no juega, es terrible (como el ángel de Rilke).

Baladas del dulce Jim es un juego poético de referencias pop, kitsch, de intertextualidad. El lector puede elegir: juega o sale. El lector, nos atrevemos a decir, juega siempre con Ana María Moix, porque nada le gusta más que la complicidad con el autor, el entendimiento. Referencias cinematográficas que recuerdan a la poesía de entonces de Leopoldo María Panero hijo, también en Nueve novísimos, y a una actitud ante la cultura pop que ha cambiado respecto a la del pasado inmediato, una actitud reivindicativa: este es el mundo real, el mundo en el que vivo, el mundo de mis ensoñaciones infantiles y adultas, y lo uso artísticamente. El kitsch es desde entonces (ya lo era antes, pero su importancia ha ido creciendo hasta ser insoslayable en cualquier reflexión sobre el arte) objeto y fuente inagotable. Porque ha devenido parte nuestra. Lo efímero, lo replicado, lo repetido, nos alejan de la visión desnuda de la realidad primera.


Ana María es, además, divertida. Hay algo de impostación infantil, de sonrisa traviesa, y mucha ternura. Nombres en inglés, rimas fáciles conscientemente buscadas, musicalidad de canción popular:

               Un hombre triste, su barco. Alegre, ese fue Jim. Dulce conmigo, mas no risueño; qué corazón.

o

               Jim en el parque, y sin sombrero. Ay, Dios, qué miedo si es un matón. Ay, Dios, qué pena si un                    día parte como llegó.

Hay asociaciones un poco punkies de cuando no existía el punk, un poco gamberras, es decir:

               Eran dos sombras para siempre enamoradas: Bécquer y Ché Guervara.

Y hay, a la vez, una gran delicadeza, una sensibilidad profunda y reflexiva que se muestra en prosecillas como estas:

               Clavé mis uñas en los ojos de un pájaro, y allí estaba la noche: inmensa, húmeda.

o

               Por el río bajo el caballo blanco hasta el mar con la noticia: que las palabras se vendían.

Una necesaria recuperación de este libro por parte de Bartebly. Como expresamente indica el director de la colección Lecturas 21, Manuel Rico, se busca la recuperación de libros de poesía que por uno u otro motivo han ido cayendo en el olvido y, además, su revisitación por parte de algún poeta joven que aporta así, su lectura personal y trae, como si dijéramos, a la vida la obra al dialogar con ella, al hablar de ella. Pilar Adón hace este largo e interesante epílogo que enmarca la obra en su contexto y ofrece su interpretación, relativa a la pérdida de la infancia, al asomarse misterioso al mundo ya como adulto y la complejidad de este proceso de crecimiento.

El prólogo es el original de 1969 de Manuel Vázquez Moltalbán, que juega divirtiéndose como corresponde con las Baladas del dulce Jim. Valga de muestra de todos los rasgos a los que hemos aludido (intertextualidad, experimentación, referencias pop) el título: «Contribución al estudio hipercrítico de las relaciones entre poesía y libertad cultural, al margen de cualquier desteñida apreciación sobre la dimensión sociológica de la literatura de exportación».

2 comentarios:

  1. Me alegra que retomes este blog... A ver si nos ponemos también los demás las pilas...

    Un abrazo!!

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  2. ¡Sí! La compañía da fuerza y calorcito, Laura. Ánimo.
    Abrazo,

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