lunes, 28 de febrero de 2011

Sin destino. Imre Kertész

Sin destino es una novela escrita por Imre Keretsz en su madurez. Narra la experiencia en varios campos de concentración de un joven de catorce años durante un año de su vida, en primera persona. Comienza en Budapest, cuando su padre parte hacia un campo de trabajo y todos lo despiden con dolor, sabiendo que es probable que no lo vuelvan a ver. El joven de catorce años va después. No se trata de algo que ocurra de un día para otro. Primero es la estrella amarilla, después la prohibición de tener negocios, después los campos de trabajo, en una espiral que, para muchos, solo termina en la muerte. Muchos judíos necesitan, para poder comprender o aceptar la injusticia, creer que sí son, en esencia, diferentes de los gentiles, que sí son el pueblo elegido. Para nuestro protagonista no hay ninguna diferencia; pero bueno, él ni siquiera habla yiddish. Para él ser judío no es nada.
En los campos de concentración su mirada distante, su manera de observar la realidad sin mirar atrás, sin pensar en el futuro, sin esperar nada, su pureza, ausencia de prejuicios o expectativas, la vida que puja en él, y el azar, lo salvan. Él nunca usaría la palabra “milagrosamente”. Las pavorosas descripciones son meros relatos objetivos de hechos: la distancia de su cuerpo, al que ve como un objeto cada vez más extraño, enfermo, la lucha que mantiene con los piojos, el hambre, el frío, o, más bien, la no lucha, porque el joven de catorce años no lucha. Solo vive, se deja vivir.

domingo, 27 de febrero de 2011

Cita

«A medio día, cuando el sol implacable se volvía asesino de todo lo vivo, e incluso los escorpiones se ocultaban bajo las piedras y allí se contraían por el inmenso deseo de picar, él se quedaba sentado sin moverse bajo los rayos con el rostro azul y la barba desgreñada, salvaje, erizada.
Cuando todavía le hablaban, una vez le preguntaron:
¬¡Pobre Lázaro! ¿Te resulta agradable quedarte sentado y mirar el sol?
Y él respondió:
—Sí, es agradable. »

Lázaro (1906), en Leonid Andreiev,
El abismo, Madrid: El olivo azul, 2010

viernes, 25 de febrero de 2011

Cita

«Si Armilla es así por incompleta o por haber sido demolida, si hay detrás un hechizo o sólo un capricho, lo ignoro. El hecho es que no tiene paredes, ni techos, ni pavimentos; no tiene nada que la haga parecer una ciudad, excepto las cañerías del agua, que suben verticales donde deberían estar las casas y se ramifican donde deberían estar los pisos: una selva de caños que terminan en grifos, duchas, sifones, rebosaderos. Contra el cielo blanquea algún lavabo o bañera u otro artefacto, como frutos tardíos que han quedado colgados de las ramas. Se diría que los fontaneros han terminado su trabajo y se han ido antes de que llegaran los albañiles; o bien que sus instalaciones indestructibles han resistido a una catástrofe, terremoto o corrosión de termitas.

Abandonada antes o después de haber sido habitada, no se puede decir que Armilla está desierta. A cualquier hora, alzando los ojos entre las cañerías, no es raro entrever una o muchas mujeres jóvenes, espigadas, de no mucha estatura, que retozan en las bañeras, se arquean bajo las duchas suspendidas sobre el vacío, hacen abluciones, o se secan, se perfuman, o se peinan los largos cabellos delante del espejo. En el sol brillan los hilos de agua que se proyectan en abanico desde las duchas, los chorros de los grifos, los surtidores, las salpicaduras, la espuma de las esponjas.

La explicación a que he llegado es ésta: de los cursos de agua canalizados en las tuberías de Armilla han quedado dueñas ninfas y náyades. Habituadas a remontar las venas subterráneas, les ha sido fácil avanzar en su nuevo reino acuático, manar de fuentes multiplicadas, encontrar nuevos espejos, nuevos juegos, nuevos modos de gozar el agua. Puede ser que su invasión haya expulsado a los hombres, o puede ser que Armilla haya sido construida por los hombres como un presente votivo para congraciarse con las ninfas ofendidas por la manumisión de las aguas. En todo caso, ahora parecen contentas esas mujercitas: por la mañana se las oye cantar.»

Armilla, en Ítalo Calvino, Las Ciudades Invisibles, 1983

viernes, 18 de febrero de 2011

Atando cabos, Annie Proulx.


Editorial Tusquets/Colección Andanzas. 1993
En sus agradecimientos, Annie Proulx, habla de la inspiración a la que le llevó un libro comprado en un baratillo, el Libro de los nudos de Ashley, y como su novela surgió gracias a él. A veces parece bastar un punto de partida, un cabo del que tirar, y surge un torrente de historias que dependerá del talento del creador para tomar forma y convertirse en una buena narración. Cada capítulo se inicia con la descripción de un nudo, o un término del Diccionario marinero, arrastrándonos con ellas a un mundo desconocido, lejano y extraño. Los nudos así descritos toman un carácter misterioso, conectados a la vida de los personajes.
Y de eso habla el libro, de atar cabos sueltos, sus protagonistas lo hacen a lo largo de toda la novela, con mejor o peor fortuna, dependiendo del punto de partida de cada cual, de su desamparo particular. Quoyle es un periodista de última fila, un tipo perdido e incompetente, abandonado por su esposa quien más tarde fallecerá en un accidente de tráfico. Tras esa pérdida él y sus dos hijas se trasladan a las costas brumosas de Terranova donde habitaron sus antepasados.