lunes, 26 de agosto de 2013

Ehrengard, Isak Dinesen


Isak Dinesen cuenta cuentos. Casi podemos verla sentada en medio de los oyentes y haciéndolos sufrir y gozar con sus descripciones parsimoniosas. Vemos su sonrisa de torturadora que se regodea, que alarga el final con tal belleza que el final deja de importar y, cuando llega, es como si no llegara. Solo deja vibrar el silencio.
Isak Dinesen (en el prólogo, cómo no, habla de él su admirador más famoso de España, Javier Marías, quien ha dedicado su página web a la autora AQUÍ) escribió un cuento que es el mejor tratado de cuentística que haya leído (hace mucho, mucho tiempo; si fuera ella, aquí abriría una historia la voz de una «dama de edad»): La página en blanco. Una herencia de la maestra, un regalo en que nos ofrece su saber como contadora de cuentos. ¡No tiene nada que ver con un «cuentacuentos», por piedad! Una señora de edad ―siempre es una señora de edad― cuenta, deleitándose en las flores del camino y haciendo que la audiencia esté pendiente de cada palabra, como un niño del cuento antes de dormir, una historia de las que en su larga vida han cristalizado como las más bellas joyas de experiencia y sabiduría.
Y eso hace también en Ehengard. Con esa verosimilitud narrativa que Dinesen busca, una vieja dama cuenta y expone sus fuentes, que autorizan su narración. En otro alarde de virtuosismo y de lujo, la narradora explica las partes de la que constará la narración, el porqué de las mismas (las dos primeras no serán más que una introducción) e, incluso, se permite pedir paciencia a la audiencia. Su presencia es constante en comentarios y reflexiones que su edad y su sabiduría justifican.
Ese pasado mítico en el que ocurren los cuentos de Isak Dinesen es el fondo también en Ehrengard. El tema es la seducción (parece ser, dicen, que lo escribió con las Memorias de un seductor de Kierkegaard muy presentes). Una seducción de tal exquisitez que busca, no una rendición total al seductor (la habría, pero él no la tomaría), sino un rubor. El seductor busca una oleada de rubor que recorra el cuerpo entero de la mujer (una valquiria pura y guerrera, Ehrengard); esa es la prenda. En un entorno de cuento de hadas, con príncipes y princesas, lagos, palacios, Ehrengard, dama de compañía de la joven princesa, ha de entregarse al seductor (pintor, de origen humilde, artista hasta lo más profundo). Lo que ocurra han de leerlo, pues no se lo contaré…
Como siempre, la maestra, Isak Dinesen, baronesa Karen Christence Blixen-Finecke, maravilla.
Les dejo el link a una reseña que será, sin duda, mucho más interesante que esta: Reseña de Javier Marías
Ah. El libro, ciertamente, no es novedad. La edición es de Bruguera, de 1984. Y no lo tenemos en La librería de bolsillo. No se pueden leer solo novedades.


viernes, 9 de agosto de 2013

Una novela rusa, Emmanuel Carrère

Anagrama, 2008

Carrère muestra a las claras, sin explicarlo, qué hace en esta novela y cómo lo hace: lo mismo que en Kotelnich. Es, en realidad, una obra sobre la creación, arte dentro del arte, por más que no se aluda a ello en ningún momento.

Carrère, un cámara, un técnico de sonido y un traductor llegan, siguiendo una pista (un combatiente húngaro de la Segunda Guerra Mundial fue internado en un manicomio, donde permaneció cincuenta años olvidado de todos), al pueblo de Kotelnich, en la Rusia profunda. Es un agujero ruin que por su absoluta falta de interés o atractivo lo fascina. Además, se da cuenta, como el antropólogo que estudia una tribu virgen, de que su mera presencia afecta la vida del pueblo, de que todos están pendientes de ellos y desean llamar su atención. Proyectan entonces un documental en Kotelnich radicalmente original: se ofrecerán como catalizadores, como actores en algún drama, en alguna historia. Necesitarán tiempo, un mes, y, por supuesto, dinero. Al cabo de un año en París, Emmanuel consigue el apoyo que necesita y vuelve a Kotelnich. No sabe si él aparecerá ante la cámara o no, pero sin duda serán sus notas las que vayan construyendo el documental según lo que ocurra, será su mirada la que construya la historia. Sin embargo, ahí andan él y los dos nuevos miembros de su equipo (el traductor es el mismo) perdiendo el tiempo, esperando que algo ocurra, y nada ocurre (es un decir, pero no se lo contaré a ustedes).

Cuento con detalle esta primera parte de una de las líneas argumentales porque explica a la perfección lo que el autor ha hecho en la novela. Después de un gran éxito, El adversario, da la impresión de que no tenía ninguna otra idea definida: solo un lugar inhóspito de Rusia, sus problemas de amor y un abuelo colaboracionista que exorcizar. Y de que, siendo un gran escritor, porque escribe con esa gracia, esa naturalidad de los mejores que hace muy difícil dejar de leer, podría sencillamente amalgamar estas cosas y ver qué ocurría. Una escritura directa, ágil, viva e inteligente, como sabemos ya, no bastan para hacer una gran novela. Su objetivo, él mismo lo expone en diversas ocasiones: quiere exorcizar, quiere limpiarse, quiere contar lo que le ha pasado en tres años porque es muy feo. Está haciendo una confesión pública (al igual que escribió un relato pornográfico —¡Declaración de amor, llegó a decir!— para su amante que publicó en Le Monde para que seiscientas mil personas lo leyeran a la vez que ella) de su debilidad, miedo, inseguridad, egoísmo, locura. Todos sus defectos, sin compasión. Carrère, según cuenta en la novela, va, o iba, al psicoanalista tres veces por semana. Lo creemos.

« Nos habíamos embarcado en un proyecto común que implicaba que él me contase su vida, y nunca ocultó el placer que le producía contarla. Le gusta hablar de él, es mi manera, dice, de hablar con los demás y a los demás, y señaló perspicazmente que también era la mía. »

Creemos mucho de lo que cuenta. Porque ciertas partes importantes de la novela son ciertas. Este autor habla de sí. Personalmente, encuentro en esa exhibición del desprecio por uno mismo algo desagradable y, a la vez, de alguna manera, falso, una representación, algo así como Roma ardiendo para Nerón. El propio autor menciona las Memorias del subsuelo y sería interesante analizar cuál es la diferencia entre esa obra magnífica, enorme, sobrehumana casi, y la obra de la que hablamos, Una novela rusa, una novela muy interesante pero que nos deja, sobre todo, con ganas de más.

También he leído otra novela suya, De vidas ajenas, en la que vuelve a ser personaje, menos atormentado en esta ocasión y menos «estrella», y que encontré bastante menos subyugante. Opinión personal, por supuesto. Emmanuel y su actual pareja están con sus respectivos hijos en Sri Lanka cuando el tsunami. El tsunami. (Creo que ya sé de dónde surgió la idea de la película Lo imposible. Es casi calcada). Luego, vuelven a París. Personajes aparecen y desaparecen. La obra trata de la bondad y el heroísmo, pero creo que serán mucho mejores, por lo que he visto de él, El adversario  y la (referencias de personas en cuyo gusto confías; todos las tenemos) muy elogiada Limonov. Ambas parecen, por su temática, campo mucho más fértil para Carrère. Porque es evidente como que hay luz en el día que se trata de un gran escritor.

viernes, 2 de agosto de 2013

Baladas del dulce Jim, Ana María Moix

Bartleby Editores, 2010

Ana María Moix publicó Baladas del dulce Jim en 1969. Fue la única mujer incluida en la ya mítica antología Nueve novísimos y, aunque dejó la poesía pronto (solo publicó tres poemarios, a pesar de que ha seguido siendo escritora en las variadísimas actividades en que un escritor se manifiesta), podríamos decir que es poeta, queriendo significar con ello que tiene la sensibilidad con que el auténtico poeta vive en el mundo, maravillándose ante el misterio del lenguaje, ante el misterio de la existencia. Todo poeta es niño, porque juega con absoluta seriedad, como solo los niños saben jugar. Jugar: aceptar una convención, participar seriamente (o juegas o no juegas) en una re-presentación. Cuando el poeta no juega, es terrible (como el ángel de Rilke).

Baladas del dulce Jim es un juego poético de referencias pop, kitsch, de intertextualidad. El lector puede elegir: juega o sale. El lector, nos atrevemos a decir, juega siempre con Ana María Moix, porque nada le gusta más que la complicidad con el autor, el entendimiento. Referencias cinematográficas que recuerdan a la poesía de entonces de Leopoldo María Panero hijo, también en Nueve novísimos, y a una actitud ante la cultura pop que ha cambiado respecto a la del pasado inmediato, una actitud reivindicativa: este es el mundo real, el mundo en el que vivo, el mundo de mis ensoñaciones infantiles y adultas, y lo uso artísticamente. El kitsch es desde entonces (ya lo era antes, pero su importancia ha ido creciendo hasta ser insoslayable en cualquier reflexión sobre el arte) objeto y fuente inagotable. Porque ha devenido parte nuestra. Lo efímero, lo replicado, lo repetido, nos alejan de la visión desnuda de la realidad primera.

jueves, 1 de agosto de 2013

Las lágrimas de San Lorenzo, Julio Llamazares

Alfaguara, 2013

Esta novela es un deshilar recuerdos a partir del motivo de las estrellas, que da cohesión al relato. El autor mira al cielo estrellado en compañía de su padre, precisamente la noche de San Lorenzo, cuando se puede ver cada año la lluvia de estrellas de las Perseidas; el autor mira, ahora con su hijo, el cielo estrellado la noche de San Lorenzo, muchos años más tarde y en un lugar muy lejano. Cuando era un niño, a la muerte de su abuelo (mientras miraba al cielo; ese mirar al cielo estrellado es como el hilván que une las escenas principales de la novela), le explicaron que los muertos se convierten en estrellas que brillarán mientras piense en ellas. La fugacidad de las estrellas es, pues, menor que la de la vida y cuando miramos al cielo estrellado todas esas personas nos reclaman.

«(...) la noche de San Lorenzo está llena de fantasmas y de sombras, de murmullos que vienen del otro mundo y que reclaman su recuerdo en este.»

Recuento de una vida a la manera caprichosa del recuerdo, sin un orden lineal ni lógico, sin progresión (no es, pues, muy narrativo: no hay argumento). Solo recuerdos que se deshojan y vuelven una y otra vez en círculo y, siempre, ese cielo que no cambia.