Esta historia hiela la sangre en las venas y acelera el corazón: porque es diferente, de una belleza oscura, de una exquisita perversión. Conjunción de opuestos, sí, en un cuento de Ango Sakaguchi, a quien edita y publica por primera vez en español la editorial Satori.
En este primer cuento de los tres que incluye este libro, un bandido temible atraca a un rico viajero, al que mata, y rapta a su esposa. La primera sorpresa, aunque ya la inquietud se ha sentido para entonces, llega cuando la mujer pide al ladrón que la lleve a hombros y de pronto se transforma en una hostigadora que exige insistentemente que el hombre vaya más rápido y lo insulta porque se cansa. Se transforma ante nuestros ojos. Es terrible, extrañísimo, una veta de locura en lo que parecía la realidad.
Luego, cuando nada más llegar a la casa le pide que mate a las otras mujeres, él lo hace. Incluso llega a decir:
«― No me importa matarla, de veras. No es ningún problema.»
Es como un chiste.
Esto es una muestra del fascinante estilo de Ango Sakaguchi. Hielo y fuego, delicadeza y crueldad y un cierto sentido del humor japonés grotesco que hemos conocido en el manga y anime. Poesía que hemos conocido también en el cine de Miyazaki o en los
Sueños de Akira Kurosawa. Podríamos seguir emparejando opuestos: carnal y etéreo, humoroso y terrible. Tradicional, inmerso en su cultura, y totalmente original. Fascinante.
Lo más maravilloso, sin embargo, es el bosque que da título al libro. El bosque de cerezos en flor. Un viento helado llena el espacio bajo las flores. El espacio infinito bajo las flores.
En él, «Viento frío procedente de las cuatro direcciones infinitas. El vacío más absoluto.»
No quiero contarles más. Sólo les dejo una cita, porque es increíble. La mujer está jugando con cabezas. Cabezas de cadáveres. Éstas son de un consejero y una princesa:
«Cada vez que las dos caras se quedaban pegadas, deshaciéndose en una masa informe, la mujer, embriagada de placer, ser reía eufórica:
-¡Así, así, cómele la mejilla! ¡Oh, sí! ¡Qué bien! Ahora cómele la garganta. ¡Muérdele el ojo! ¡Sórbelo! Mmm, es tan delicioso que no puedo soportarlo. ¡Muerde con más fuerza!
Y la risa de la mujer tintineaba, clara y fesca, como el sonido que produce la más fina de las porcelanas.»
El interesante epílogo de Jesús Palacios sitúa la obra en su contexto y aporta esclarecedora información sobre «(...) cierta tradición cultural japonesa que se encuentra reflejada todo a lo largo de su historia, pero que partir del periodo Edo (1603-1868) adquiere tonalidades especiales y singulares. Su gran acervo del fantástico grotesto, de historias de crímenes y fantasmas que va desde los clásicos de kabuki y el arte gráfico del ukiyo-e hasta nuestros días, con el boom en los años 90 del pasado siglo del j-horror, el nuevo cine de terror japonés, todavía en boga» y sobre la vida atormentada de Ango Sakaguchi, perteneciente a la generación de «decadentes japoneses de la posguerra». Según Jesús Palacios, y compartimos su interpretación, el tema fundamental de Sakaguchi sería «el infierno del deseo. Demonios con forma humana, animales casi, por sus pasiones desmedidas, por sus obsesiones monstruosas». Y el terror de un vacío cósmico al cual es puerta la belleza infinita de ese bosque de cerezos en flor.
Nos hemos centrado en el primero de los tres cuentos por la impresión que nos ha causado, pero los otros dos,
La princesa Yonaga y Minio y
El gran consejero Murasaki son otras dos maravillas que no pueden dejar de leer.